Aunque parezca increíble, aún existen personas que viven de buscar tesoros. Tal es el caso de Robert Stenuit, que alcanzó un cierto renombre al localizar un navío español hundido frente a las costas británicas en las tristes jornadas de la Armada Invencible. Stenuit sacó a la superficie joyas y monedas de oro de la época. Pero mucho más sustanciosa para él fue una posterior haza de buscador de tesoros. Gracias al estudio de un viejo grabado holandés que se perdió frente a la isla de Portosano (Madeira) en 1774. Stenuit convino con el gobierno holandés, dueño legal de la carga, en quedarse con la cuarta parte de lo rescatado. Apoyado en su experiencia e intuición, Stenuit dio con el tesoro, cuyo mejor bocado era un lote de casi cuarenta hermosos lingotes de plata.
El caso de Robert Stenuit no es único. En el fondo del mar hay localizados más de doscientos cincuenta mil barcos. Sus cargas suponen más de un billoón de dólares. No es de extrañar que existan personas que dediquen su vida a rastrear el fondo de los océanos en busca de semejante caudal de bienes.
Sirvan estos datos históricos para presentar a una simpática familia de buscadores de tesoro: la formada por el capitán Camarón, sus nietos y Erik, el marinero, que viven en el mar una hermosa vida de ilusión y libertad.