El infante de Parma, Elisabeth Badinter.
El infante de Parma. En pleno siglo XVIII el pequeño Fernando, infante de Parma, hijo del Duque de Parma Felipe I y nieto del rey de España Felipe V, se convirtió en el objeto de un experimento sin precedentes.
Su madre, Luisa Isabel de Borbón, hija de Luis XV, deseaba hacer de él un príncipe “moderno”, para lo cual dejó su educación en manos de Condillac y de Keralio; el primero debía ocuparse de transmitirle conocimientos al pequeño y el segundo de darle la educación moral que le permitiera llegar a ser un buen cristiano y, sobre todo, un buen ciudadano capaz de gobernar como un príncipe moderno.
Convencidos de que la educación hace al hombre, a estos dos maestros se les presentaba la ocasión de poner a prueba con el Infante la validez de sus teorías. ¿Se convertiría en el príncipe ilustrado que todos esperaban? Educado e instruido por hombres ilustrados, consagrados a desarrollar su inteligencia y su moral, estaba por ver si el Infante acabaría dando la razón a Condillac y a Holbach, quienes pensaban que el espíritu humano es una “tabla rasa”.
¿Acaso confirmaría la audaz tesis de Helvetius, según la cual todos los hombres, iguales por naturaleza, son aptos para descubrir la verdad y la virtud? Y en suma: ¿acabaría dando la razón a Leibniz, quien solía bromear afirmando que la educación lo puede todo, incluso conseguir que los osos bailen? La Europa ilustrada tenía los ojos puestos en el laboratorio pedagógico que era Parma; y el Infante llevaba sobre sus frágiles espaldas las esperanzas de la nueva filosofía.