El día domingo es una serie de crónicas de la vida diaria, de los diarios contactos de un hombre con otros hombres, de una sensibilidad despierta con hechos y posibilidades, pero observados humanamente, desde un ángulo de enfoque limpio, con ese asombro que ante los hechos rutinarios sueltan las almas que no temen a una saludable ingenuidad. En todo va descubriendo pequeñas cosas, y descubrir asombradamente es una forma de crear. Ahí la frescura de su estilo, su brío y su verdad sin escándalo, ese vaho de génesis, de algo vital que toma forma y crece y se sacude en un viento poético.
Manuel Mejía Vallejo, 1962
Para Óscar Hernández, más que un hacer, escribir es una forma de ser, impronta esta que define al escritor auténtico, según lo precisaba Roland Barthes. Esta ubicación existencial de su poesía es lo que ha mantenido su palabra de este lado de la frontera de toda retórica, de todo manierismo, de la receta, de la fórmula que termina, de un título al siguiente, por esterilizar, por despojar de vida tanta escritura que en un primer momento fue sincera, fue grito. En él, en cambio, impide que su palabra deje de percibir en la espalda el aliento, los sudores de la experiencia que le dio vida. Desde luego, ya no es la experiencia en bruto, ya no es la alegría o la pena que reclamó la palabra, ya es literatura, pero se mantiene uncido a ella, le respira en la nuca a cada verso, en la piel de cada estrofa.
Jairo Morales Henao, 2016