Planos del otro mundo, Ryan Boudinot.
Planos del otro mundo. Ambientada en unas Seattle, Vancouver, San Francisco y Nevada contemporáneas —y en muchos casos futuras—, más una Nueva York reconstituida en la isla de Bainbridge —estado de Washington— dentro de un par de siglos, Planos del otro mundo presta soporte narrativo a una de las maneras más originales de destruir la vida conocida —el mundo— para, por si cabía alguna duda acerca de qué venía después, volver a crearla.
El campeón mundial de los lavaplatos, el hijo único de una pareja hippie y Luke Piper, su amigo de la infancia, una archivista asiática insegura y mona, una reina del pop caprichosa y decrépita, un embajador con un cetro hecho de una escobilla del váter y el mango de un desatascador, el clásico veterano de guerra sobre quien cabría superponer una panoplia de rostros cinematográficos archiconocidos, su esposa francotiradora, un guapísimo y exitoso actor de series y títulos de masas, un cazatalentos despiadado y el Último Nota, personaje místico con ecos del gran Lebowski, son sus protagonistas.
El mundo estaba lleno de basura preciosa es su frase de apertura y, a lo largo de 400 páginas, Boudinot se encarga de ir recogiendo esa basura para reconvertirla —destilándola, no reciclándola— en una obra maestra de, paradójicamente, unos géneros maravillosos que la narrativa de masas ha logrado situar a niveles de categoría ínfima. Así, esta magnífica novela demuestra que la creatividad tal vez consista en presentar los tópicos más manoseados bajo una luz nueva, menos ruidosa, más ligera de peso y, sí, más brillante.